El cambio
climático modificó los hábitos de algunas aves migratorias lo que ocasionó que
algunos aeropuertos norteamericanos se encontraran en la trayectoria de algunas
de ellas para las que las pequeñas aves rapaces que normalmente ahuyentan a las
volátiles no representan ningún peligro.
El ruido de los
motores puede espantarlas pero el impacto con los cristales de la cabina es
inevitable y aunque estas aves no invaden los espacios de vuelo a grandes
alturas si representan un serio problema en los aterrizajes y despegues.
Es por ello que
la Administración delos E.E.U.U. encargaron al departamento de defensa un
experimento real para probar la resistencia de dichos cristales, a la velocidad
de 300 km/hora que es la normal en estos casos.
El ave ideal
para la prueba debía tener el tamaño de un pollo y carecer de plumas para
facilitar el deslizamiento por el ánima del cañón lo cual no desvirtuaría la
prueba ya que las plumas no tendrían ningún efecto sobre el impacto.
El cañón tenía
que ser del tipo antiguo, o sea con el ánima lisa, las estrías de los modernos
podía producir desperfectos en el “proyectil” y minimizar los efectos que se
querían conseguir.
Pero la energía
que impulsara dicho “proyectil no podía ser explosiva porque lo destrozaría
ante de que este abandonase el ánima del cañón.
Pero los yanquis
nos tienen acostumbrados a no reparar en gastos y construyeron un cañón nuevo,
el problema era la propulsión.
El departamento
de defensa dispone de ingenieros de alta capacidad y pronto dieron con la
solución, un sofisticado y potente sistema de aire comprimido capaz de lanzar
al “proyectil” sin dañarlo a la velocidad adecuada.
Llegó el día D
y en un hangar el cañón disparó el pollo sobre la cabina de un avión y el
resultado fue todo un éxito, tan solo una mancha sobre el cristal, por cierto
mucho menor de lo que se esperaba, pero el cristal no sufrió ni siquiera el más
mínimo arañazo.
Al día siguiente
la máquina propagandística americana se puso en marcha y la noticia corrió por
casi todo el mundo.
Don Fernando,
director de seguridad de la empresa donde se construyen las locomotoras del
AVE, desayunaba tranquilamente en una cafetería próxima a su casa mientras
ojeaba el periódico.
Al leer la
noticia su ágil mente pensó que aquella prueba sobre la cabina de una
locomotora le haría ganar puntos en los altos cargos de la empresa y además
documentando profusamente la prueba podría servirle para convencer a clientes
reticentes del norte de Europa donde las grandes aves abundan.
Como tenía
contactos en ciertas esferas de los E.E.U.U. No dudó ni un solo instante en
ponerse en contacto con ellos.
El resultado fue
sorprendente, contra lo que cabía esperar en estos casos los norteamericanos
estaban dispuestos a colaborar en todo.
No solo
enviarían un detallado informe de proceso sino que además le prestarían el
cañón, con la condición de que en la documentación subyacente se mencionara el
origen de la información.
Don Fernando no
cabía en sí de alegría, y un mes más
tarde todo estaba dispuesto para la prueba, una locomotora con cuatro
ingenieros en su interior con todo tipo de instrumentos para grabar y
documentar la prueba.
El jefe de ellos
con su pantalla de ordenador sobre una mesa situada tras el asiento del
conductor, que no estaba presente sentado en un cómodo sillón de respaldo alto
y tras él dos ingenieros manipulando el resto de los instrumentos, por fin el
último sentado en un lateral tomaba nota en su ordenador de los pormenores de
la preparación de la prueba.
El ingeniero en
jefe se levantó de su sillón y se acercó a un lateral de la cabina para dar la
orden de disparo, gesto que indudablemente le salvó la vida porque el pollo
atravesó el parabrisas de la locomotora como si fuera de papel de fumar, hizo
añicos la pantalla de su ordenador y las astillas del respaldo del sillón
hirieron a los dos ingenieros que había detrás.
Al cuarto se le
quedó el gesto petrificado cuando vio pasar ante sí algo que no pudo
identificar debido a su velocidad y finalmente el pollo atravesó el panel
trasero de la locomotora e hizo un agujero en el tabique de la cochera.
Don Fernando no
salía de su asombro y repasó punto por punto todos los pasos de la prueba en
busca de una explicación para lo sucedido.
Ya en su
despacho junto con el ingeniero en jefe volvió a cotejar todos los datos con el
informe de los Americanos y no encontró ningún fallo en el procedimiento pero
no entendía nada porque la energía cinética del pollo no era suficiente para
causar semejantes destrozos.
Ante el fracaso
por encontrar una explicación a lo sucedido decidieron enviar toda la
documentación a los americanos para ver si ellos encontraban la causa ilógica
del desastre sucedido.
Una semana
después los americanos enviaron un escueto correo electrónico.
“Todo el
procedimiento es correcto y su ejecución perfecta, repitan la prueba pero
descongelen antes el pollo”.
Ginés Ramis